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En esta pintura, Antonio Abril sintetiza la esencia de la naturaleza a través de un lenguaje visual minimalista y gráfico. La obra presenta una flor de pétalos oscuros y cáliz naranja que se eleva sobre un jarrón geométrico decorado con puntos rítmicos. El contraste entre el blanco del fondo, los tonos negros y el amarillo vibrante genera una composición fresca, clara y contemporánea.
La simplicidad aparente esconde una gran fuerza expresiva: la verticalidad del tallo, el equilibrio entre las formas orgánicas de la flor y las geométricas del jarrón, así como el uso del color plano, convierten la obra en un icono decorativo y poético. Un canto a la belleza esencial de lo cotidiano, que aporta serenidad y energía al espacio en que se ubique.
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