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La pintura muestra una superficie cuadriculada que funciona como base estructural, casi arquitectónica, sobre la que se despliega un estallido de manchas, goteos y líneas diagonales. Los tonos predominantes —ocres, verdes, rojos oscuros y amarillos— evocan materia orgánica atrapada dentro de un orden rígido. Entre ese entramado aparece un núcleo blanco agrietado que actúa como punto de tensión, una interrupción luminosa que parece romper la regularidad del fondo. Las salpicaduras blancas que cruzan el lienzo en diagonal añaden velocidad, como si fueran trazos que rasgan la superficie o señales de un movimiento que continúa más allá del cuadro.
La obra transmite la coexistencia de dos fuerzas: orden y caos, estructura y expansión, lo contenido y lo que insiste en liberarse.
Mi trabajo se mueve entre la abstracción y la expresión, buscando transmitir sensaciones más que representar realidades. Cada trazo, cada textura y cada contraste de color nace de la necesidad de explorar lo invisible: aquello que sentimos, pero no siempre podemos nombrar.
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