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En esta obra, Antonio Abril reinterpreta el paisaje urbano desde una mirada minimalista y poética. La figura de un rascacielos rojo domina la composición, con pequeños cuadrados luminosos que sugieren ventanas encendidas en la noche de la ciudad. A su alrededor, volúmenes geométricos en tonos fríos de azul y gris aportan contraste y equilibrio, generando un diálogo entre la fuerza del color y la pureza de las formas.
El resultado es una pieza que evoca tanto la modernidad arquitectónica como la abstracción pictórica, en la que la ciudad se convierte en símbolo y emoción.
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