La misma pesadilla atemorizaba al pintor Dante Gabriel Rossetti cada noche desde la muerte de su esposa Lizzie en 1862. Siete años torturado por la culpa por enterrar la única edición de los poemas que ella había escrito junto a su cuerpo sin vida.

Nunca nadie sabría lo buena que Elisabeth Siddal era como poeta, además de como modelo e inspiración de la Hermandad Prerrafaelita, el grupo de pintores que revolucionó el panorama artístico en la estricta Inglaterra victoriana.

Elisabeth Siddal

Lady Lilith, por Dante Gabriel Rossetti, 1866-1868. Retrato de Elizabeth Siddal.

Rossetti decidió exhumar el cadáver para recuperar el manuscrito y publicarlo. Lo que ocurrió cuando abrió el ataúd heló la sangre de los presentes. Lizzie estaba intacta. Igual que el día en que murió. Pero su roja cabellera había seguido creciendo y llenaba por completo la caja.

Esta historia alimenta la leyenda en torno a los prerrafaelitas y sus musas. Una leyenda que se contagia de la temática fantástica de las propias pinturas e impregna el proceso de realización de las mismas obras. A Elisabeth le tocó vivir como modelo una de esas historias míticas de la trastienda del arte.

Elisabeth Siddal.

Beata Beatrix, por  Rossetti, 1864-1870. Lizzie fue la modelo también esta vez.

La Hermandad Prerrafaelita la fundan tres estudiantes de la Royal Academy de Londres a mediados del siglo XIX: William Holman Hunt (1827-1910), John Everett Millais (1829-1896) y Dante Gabriel Rossetti (1828-1882). Estos dos últimos desempeñan un papel decisivo en el destino de Lizzie: en su fortuna y su desgracia.

Con la pintura inglesa estancada en convenciones académicas, los artistas de este movimiento crearon un arte nuevo basándose en una época anterior a Rafael: la medieval. Evocaban sus mitos y buscaban la reproducción fidedigna de la Naturaleza, con un estilo que hoy reconocemos en las escenografías de las películas de El Señor de los Anillos.

Burne-Jones, prerrafaelita

El sueño del rey Arturo en Avalon, por Edward Coley Burne-Jones, 1881-1898.

Lizzie posó para la mayoría de estos artistas. Alta y muy delgada, con su larga melena cobriza y sus grandes ojos verde-grises, representaba perfectamente a las heroínas medievales que imaginaban los prerrafaelitas. Trabajaba como modista en una tienda de sombreros cuando fue descubierta por el pintor Deverell y pudo compaginar este empleo a tiempo parcial (algo nada frecuente entonces) con el de modelo.

Millais le pintó su retrato más famoso: Ophelia (1852), que es la obra más importante del movimiento. Representa a la novia del príncipe Hamlet en la obra de Shakespeare. Pierde la cabeza cuando su prometido mata a su padre por error y vaga por el bosque, cantando y recitando el significado de las flores que recoge. La rama de sauce sobre la que se ha subido, envidiosa de su belleza, se rompe y Ofelia cae al lago bajo el árbol. El peso de su vestido empapado la arrastra hacia el fondo “desde sus cánticos a una muerte de barro”.

Ofelia de MillaisOphelia, por John Everet Millais, 1852.

Lizzie posó durante horas con un vestido de princesa y dentro de una bañera llena de agua tibia.

No se habla demasiado sobre la importancia de las musas para el arte y si se hace se atiende más a los aspectos íntimos de su relación con el artista que a la profesionalidad de la modelo. Lizzie da una buena lección de compromiso con la creación artística. El agua de la bañera se enfrió mientras Millais seguía pintando absorto en su tarea y Lizzie aguantó el tipo, enfermando gravemente de neumonía.

Lizzie Siddal

Fotografía de Elisabeth Siddal. 

No fue esto lo que la mató con solo 33 años, sino su posterior adicción al láudano con que calmaba su dolor por la pérdida de la hija que esperaba de Rossetti, con quien se había casado tras años de relación y a quien se deben muchos de sus retratos.

Rossetti.

Autorretrato de Rossetti, 1847.

Elisabeth Siddal no es solo un ejemplo de esas musas sin las que no se entendería el arte tal cual es. Rompió esquemas en una época en la que el hogar era el único lugar reservado a la mujer. Pero también fue una víctima de este tiempo de tabúes (no se hablaba de la depresión y del abuso de los opiáceos en mujeres) y, como Ofelia, murió en el desconsuelo de la muerte de un ser querido, aunque su rostro y su poesía seguirán vivos para siempre.