“Es bueno, pero no es Tiziano”. Durante muchos años, el joven Tintoretto (1518-1594) tuvo que lidiar con la alargada sombra del maestro. Tiziano era el tótem de la pintura veneciana durante la primera mitad del siglo XVI y no iba a ser fácil prosperar. Y más cuando el maestro le echó de su taller por culpa, dicen, de su mal genio. Pero Tintoretto también heredó de Miguel Ángel, su otro gran referente, su implacable determinación: no pararía hasta relevar a Tiziano como el gran maestro del arte veneciano.

1564. Tintoretto es ya un pintor con cierto prestigio en la ciudad gracias a sus obras para San Marcos o la Madonna dell’Orto —iglesia de la que era feligrés y en la que está enterrado— pero todavía necesitaba esa obra maestra que le erigiese en líder de los artistas de su amada ciudad. Con Tiziano ya anciano, el camino se allanaba… pero no faltaban nuevos rivales de nivel como Veronés.

Cuando la Scuola Grande di San Rocco pidió a varios pintores de la ciudad que presentaran proyectos para el techo de de la sala dell’albergo contigua a la sala capitular, Tintoretto lo consideró su gran oportunidad. A buen seguro que fantaseó con tener a su disposición una gran superficie para decorar al estilo de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel.  

Tintoretto decidió que había que hacer algo diferente para ganar aquel concurso: se saltó todas las leyes y colocó directamente su obra sin presentar ningún proyecto. Y lo hizo gratis. Al tratarse de un regalo, la Scuola tuvo que aceptarlo. El resto de pintores protestó por la forma de actuar de Tintoretto, pero ya no había marcha atrás. Los cofrades de la escuela le encargaron toda la decoración de la sala pequeña.

El resultado fue tan extraordinario —La Crucifixión de la sala dell’albergo es una de sus obras más famosas— que la Scuola concedió al pintor un sueldo anual para pintar el resto del edificio, incluyendo la sala inferior (sala terrena) y la sala superior (sala capitular). A la postre, Tintoretto pasó casi 25 años completando su gran obra maestra: más de 60 lienzos con episodios del Antiguo y Nuevo Testamento que, 400 años más tarde, siguen dejando con la boca abierta a los visitantes.

“El dibujo de Miguel Ángel y el colorido de Tiziano”. Dice la leyenda que Jacopo Comin —le llamaron Tintoretto porque su padre fue tintero de sedas— colocó ese mensaje de automotivación en una de las paredes de su taller. Tintoretto no engañó a nadie: tenía claro lo que quería hacer con su pintura y fue directo al grano. Tomando los recursos más importantes de dos gigantes como Miguel Ángel y Tiziano fue fraguando un estilo propio que encarnó mejor que ningún otro el manierismo veneciano.

Un arte que retuerce de forma radical la armonía a la que aspiró el Clasicismo. El ser humano ha vuelto a ceder el bastón de mando a Dios, que ya no está para bromas. La Contrarreforma surgida a mediados del XVI exige a los artistas católicos un nuevo enfoque del arte, más pasional y exacerbado, menos intelectual y comedido. Tintoretto encarna como nadie esta nueva vía pictórica marcada por las composiciones complejas, las perspectivas radicales, los furiosos contrastes lumínicos y el ardiente colorido.  

A pesar de que en los últimos años se han celebrado diferentes exposiciones retrospectivas de Tintoretto que tratan de rescatar a un pintor a menudo olvidado, no es posible que ninguna muestra atrape la esencia de este artista. Para entender a Tintoretto hay que viajar a Venecia. Para disfrutar de su genio hay que pasear por las frías y oscuras estancias de su Capilla Sixtina.