La noche estrellada, La Gioconda, el Guernica, la Capilla Sixtina… Existen obras pictóricas que han traspasado la frontera del arte hasta convertirse en iconos populares que casi todo el mundo conoce. Entre ellas, sin duda, también está La gran ola de Kanagawa, una estampa del artista Katsushika Hokusai que es uno de los símbolos más celebrados de la cultura japonesa y que esconde una fascinante historia.

Tal vez sea la estampa más popular de la historia del arte. La gran ola de Kanagawa a punto devorar dos barcazas con el monte Fuji como testigo en el horizonte ha sido reproducida en todo tipo de soportes y decora paredes, camisetas, neveras y hasta brazos o piernas en todos los rincones del planeta. ¿Pero qué tiene esta ola que tanto nos subyuga? ¿Por qué una simple estampa se ha convertido en un mito?

Se trata de una pieza que abre la serie Treinta y seis vistas del monte Fuji publicada en 1830 en Japón. Como el propio nombre de la serie indica, Hokusai abordó el motivo del monte Fuji en estas estampas. Pero una de las curiosidades de La gran ola de Kanagawa es que el monte más alto de Japón no aparece en primer término. Al contrario, se encuentra casi oculto, atravesado por una de las barcazas que aparecen en la imagen.

Y es que la dominadora absoluta de la composición es esa gran ola que está punto de caer sobre los barcos que surcan las aguas del Pacífico. Se trata de una ola-monstruo con su cresta convertida en terribles garras a punto de embestir a los sufridos remeros de las embarcaciones que, como pequeños fantasmas blancos embutidos en uniformes azules, resultan tiernos en sus resignadas posturas si se mira detenidamente.

Toda la obra es un prodigio de simetría simbólica. Varios estudios parecen confirmar que Hokusai usó la sección áurea y la sucesión de Fibonacci para organizar los elementos de la estampa de tal forma que, subconscientemente, el espectador sienta una irresistible atracción sobre la obra. Además, una segunda ola en la parte inferior genera otra armonía con la imagen del monte Fuji en segundo plano. La elección del azul Prusia para dominar cromáticamente la composición fue otro de los hallazgos de Hokusai. Por último, los detalles de la espuma y el cielo plomizo contribuyen a mantener el equilibrio cromático en el resto de la estampa.

Entre las muchas interpretaciones de la obra destacan dos niveles de análisis. Por un lado, la ola simbolizaría la fuerza incontenible de la naturaleza, no solo capaz de doblegar a unos simples humanos, sino de elevarse —de forma metafórica— por encima de un icono atemporal como el monte Fuji. En un segundo nivel, los historiadores del arte han querido ver a la monstruosa ola como una metáfora de la llegada de las potencias extranjeras a Japón que, con su mayor poderío político y militar, serían capaces de doblegar la cultura tradicional nipona. No olvidemos que estamos en la primera mitad del XIX, época en la que Japón se debatía entre la apertura al exterior —que cristalizaría a partir de 1868 con la denominada era Meiji— y el aislamiento ante los cantos de sirena que llegaban de Europa.

Sea como fuere, La gran ola de Kanagawa trascendió con mucho las alegorías de Hokusai hasta convertirse en un hito durante décadas. El hecho de que se distribuyeran numerosas copias de esta estampa en Europa contribuyó a su fama. Y cuando algunos pintores del impresionismo se encontraron con esta obra se convirtieron en los primeros artistas europeos en dejarse influir por la cultura de la estampa japonesa.

Casi 200 años después el influjo de La gran ola de Kanagawa ha tocado todo tipo de manifestaciones artísticas hasta convertirse incluso en referencia para la publicidad.

Icono de la firma de surf y deportes de invierno Quiksilver
Panasonic rinde curioso tributo a ‘La gran ola de Kanagawa’ para anunciar un frigorífico