El retrato es un género consustancial a la pintura. Nace en el mismo instante en el que a un ser humano se le ocurrió representar un motivo en la pared de una cueva. Con el paso del tiempo, el retrato se ha erigido en un género decisivo para la evolución de la pintura. A pesar de su cierto carácter conservador, el retrato suele marcar la frontera entre estilos, de tal forma que, si un estilo domina este género, es que está listo para dominar toda la pintura. 

No son los mejores. No son los más trascendentales. Pero (casi) todo el mundo los conoce. En la lista que sigue recopilamos ocho de los retratos más célebres de la historia del arte pictórico. Algunos de ellos fueron famosos desde el mismo momento en el que salieron del taller del artista, otros necesitaron tiempo para ser comprendidos. Pero a todos les envuelve un halo mítico que les hace formar parte de la cultura popular. Y sí, ya has adivinado cuál es el más mítico de todos.

«La joven de la perla». Johannes Vermeer (1665) 

Pocos retratos femeninos en la historia del arte han logrado un grado tal de fascinación como este. ¿Son los labios brillantes, la boca entreabierta? ¿Es esa postura inestable, con la cabeza ladeada? ¿Es esa mirada acuosa y enigmática? ¿O es la perla que flota en el centro del cuadro contando una historia que tan solo acertamos a sugerir? Vermeer consiguió con este retrato lo que tal vez buscan la mayoría de pintores cuando se acercan a este género dentro de un estilo realista: subyugar de tal manera al espectador que no pueda dejar de preguntarse: ¿qué nos está diciendo el retratado? ¿Quién era la (dichosa) joven de la perla?

«Inocencio X». Diego Velázquez (1650) 

Poco antes de que Vermeer se encontrara con la chica de la perla, Velázquez hacía de las suyas en la corte papal. Los máximos representantes del catolicismo no suelen hacer muchas concesiones a artistas, pero de vez en cuando aparece por la corte un Miguel Ángel o un Velázquez que les hacen cambiar de opinión. El genio del Barroco español dedicó el verano de 1650 a retratar a Inocencio X convirtiéndolo casi en un icono Pop. ¡Quién se lo iba a decir al bueno de Inocencio! No obstante, el papa ya se olía algo: cuenta la leyenda que cuando vio el cuadro por primera vez exclamó: ¡Troppo vero!… Y tanto, Inocencio, y tanto.  

«Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa». Jan van Eyck (1434) 

La pintura “pelo a pelo” de los flamencos ha marcado época en la historia del arte. Y entre sus retratos más famosos tenemos que citar el que ejecutó Van Eyck del matrimonio Arnolfini. Muchos años antes de que nuestro Velázquez jugara con los espejos en Las Meninas, Van Eyck colocaba en el centro de su obra un espejo que completaba la historia de la composición. Caracterizado todo el cuadro por esa inquietante precisión microscópica pero, paradójicamente, cargado hasta arriba de simbolismo, es uno de esos retratos de los que no podemos apartar la vista.

«Retrato del doctor Paul Gachet». Van Gogh (1890) 

Algún día habría que hacer un estudio serio que explique por qué gusta tanto Vincent van Gogh. ¿Fue porque se cortó una oreja?  ¿Qué ve la gente en sus Girasoles aparte de girasoles? Mientras este estudio llega, el pintor neerlandés tampoco puede quedarse fuera de la lista. Varios de sus retratos están entre los más conocidos del arte contemporáneo, pero este es especialmente célebre, existiendo dos versiones del mismo: la que aparece aquí es propiedad del Museo Orsay. El gesto y la mirada del doctor son el epítome de la melancolía… también del propio pintor.

«American Gothic». Grant Wood (1930) 

Nan Wood Graham y el doctor B.H. McKeeby. Ella, la hija del pintor, y él, su dentista. Nadie quería posar para el bueno de Grant, así que no le quedó más opción que convencer a un miembro de su familia y a otro que pasaba por allí. Al parecer, ninguno de los dos modelos quiso que se desvelase su identidad… pero Grant Wood tenía otros planes. American Gothic es uno de los ejemplos de retratos destrozados por la crítica —se le acusó, entre otras cosas, de ridiculizar la vida en el campo y a sus protagonistas— que terminan erigiéndose en iconos populares. Sin duda, uno de los retratos más famosos del arte norteamericano del siglo XX.

«Retrato de Ambroise Vollard». Picasso (1910) 

Empeñado en revolucionar la pintura con cada cuadro, casi con cada pincelada, Picasso se metió a fondo en el rollo cubista que inventó al lado de su colega Braque. Llevar los presupuestos de la descomposición del objeto en facetas al retrato tuvo uno de sus exponentes más famosos en el retrato del marchante Vollard, que ya había posado para Renoir o Cezanne. A la postre, para el gran público, el retrato de Vollard es uno de los cuadros más apropiados para comprender ese estilo incomprensible llamado cubismo.  

«Díptico Marilyn». Andy Warhol (1962) 

La belleza de alguien como Marilyn se merece decenas de retratos. A buen seguro que Warhol pensó algo así cuando tomó la imagen de un icono del cine y lo transformó en un icono Pop. Obstinado en reventar desde dentro el concepto de arte como manifestación elitista y la noción de obra artística como objeto único y exclusivo, Warhol aplicó criterios publicitarios y mecánicos a su arte tal y como estaba haciendo su colega Roy Lichtenstein. A la postre, los retratos de Marilyn Monroe ampliarían para siempre las posibilidades estéticas y conceptuales del retrato. 

«La Gioconda». Da Vinci (principios de siglo XVI) 

Pues eso. La Gioconda. ¿Hace falta decir algo más?