“Es quizás el más grande artista del momento, y no os estáis dando cuenta”. Dos años antes de la muerte de Mario Sironi (Sassari, 1885 – Milán, 1961), el pintor italiano recibía el mayor elogio: el genio más grande del siglo XX lo señalaba como el mejor de su tiempo. Pero Sironi murió olvidado y negado a pesar de las alabanzas de un tal Pablo Picasso. Su pasado asociado al fascismo y a Mussolini determinaron su trayectoria vital tras la caída del régimen, incluyendo el suicidio de su hija en 1948.

“El Fascismo es un estilo de vida, ninguna fórmula conseguirá expresarlo completamente y tanto menos contenerlo (…) en el estado Fascista el arte debe tener una función social: una función educadora (…) El estilo de la Pintura Fascista tendrá que ser antiguo y al mismo tiempo novísimo”. Año 1933, Mussolini en pleno apogeo y buena parte de Italia entregada al fascismo como ideología y “estilo de vida”. Y Mario Sironi se erige en líder espiritual de la pintura del régimen a través de estas y otras declaraciones aparecidas en la revista Colonna. Pero, ¿cómo llegó Sironi a este punto de no retorno?

Sironi, 1934

Es la primera década de siglo XX e Italia mira con fascinación la revolución pictórica que llega de París. Acto seguido, Marinetti publica su Manifiesto Futurista —justamente una década después el propio Marinetti publicará también su Manifiesto Fascista— e Italia ya tiene su vanguardia. Pero el futurismo bebe principalmente de los hallazgos técnicos del cubismo —“influencia exóticos” o «ismos de importación” tal y como lo definiría Lino Pesaro, galerista y figura clave de la fundación del Novecento— y la generación posterior de artistas, entre los que descuella Sironi, aspiran a “una vuelta al orden” y a un arte nacional y nacionalista, un arte “puro italiano”, nuevamente en palabras de Pesaro.

Esa “purificación” tiene una doble lectura: ideológica, asociada al racialismo fascista, y pictórica, que invita a los artistas a apartarse de las influencias foráneas para recuperar el arte histórico italiano: desde el mosaico etrusco a la pintura del Renacimiento.

La Muerte de César

Una vez superada su primera fase futurista, Sironi se integra en el Novecento, término acuñado por el crítico A. Bucci en 1922, un año antes de la exposición que da el pistoletazo de salida definitivo al movimiento con la inauguración en la Galería Pesaro de la exposición Siete pintores del Novecento en la que participa Sironi

Con obras como L’Allieva de 1924, el pintor sardo será escogido por el régimen fascista como el mejor representante posible de su mensaje. Sironi acepta el elogio y ya no habrá marcha atrás para él: monumentalidad, serenidad, gravedad, depuración formal e inspiración en retratos romanos y renacentistas marcan la pintura oficial de los años 20 en Italia.

L’Allieva (1924)

Pero en Sironi hay algo más, mucho más que una pintura ideológica, algo que podemos apreciar en sus famosos paisajes urbanos, tal vez sus obras más inspiradas. Influido por la pintura metafísica de De Chirico y tomando referencias de las vanguardias, pero depurando al máximo las formas y siempre con una reducida y fría paleta de color, Sironi crea unos paisajes perturbadoramente solitarios y amenazantes, como si una tragedia estuviese a punto de cernirse sobre la ciudad: o mejor, como si la tragedia ya estuviese consumada y no hubiese escapatoria posible.

Sironi, 1921

Es la negación del delirio futurista y la constatación del fracaso de la industrialización. Los ideólogos de la época celebraron también estas obras que podrían encuadrarse en la política anti-obrera y anti-urbana de Mussolini que defendía una recuperación de los tejidos rurales. Sea como fuere, Mario Sironi mantendrá durante años este aire opaco y desolador en buena parte de su obra.

Sironi, 1921

Tras la caída del régimen y la muerte de Mussolini, Mario Sironi sigue pintando y exponiendo pero, desde luego, la crítica y buena parte de la sociedad italiana le da la espalda hasta que muere en el olvido en 1961.

«Su pintura es una lección de tragedia. No hay pintor que valga sus pinturas», dijo Gianni Rodari, escritor y simpatizante comunista, que marcó el camino para la recuperación de la figura de uno de los pintores italianos más importantes del siglo XX: o, en palabras de Picasso, el más grande de su tiempo.