A pesar de que Odilon Redon coincidió en el tiempo con los impresionistas, desarrolló su pintura muy lejos de ellos. Despreocupado por la luz que tanto ensalzaban los amigos de Monet, su oscuro mundo creativo buscaba otra clase de inspiración. Por ejemplo, la obra de Edgar Allan Poe que llenó sus composiciones de cabezas cortadas, arañas o pólipos con forma de ojo. Un repertorio de imágenes que le vincula al simbolismo, a los nabis y al surrealismo.

Durante buena parte de su carrera Redon (Burdeos, 1840- París, 1916) fue reconocido por su trabajo como grabador. Litografías con negros de una intensidad, gravedad y aterciopelado que se asociaban de inmediato a su mano y que contrastaban con blancos estremecedores e incandescentes. Recogía en grandes escenas seres extraños, cabezas amputadas, ángeles caídos, soles negros, la vida microscópica o el mundo de los sueños. Estas piezas inquietantes nacían de la influencia de escritores como Baudelaire, Poe o Darwin y de artistas como Rembrandt y Goya. Por este último, confesó sentir una gran admiración y se interesó especialmente por sus series Los Caprichos (1797- 1799), los Desastres de la guerra (1810- 1814) y las Pinturas Negras (1820- 1823).

Araña sonriente. 1881. Odilon Redon

Araña sonriente. 1881. Odilon Redon

Como uno más de los muchos enigmas que rondan su vida, todo esto cambió radicalmente hacia 1900. Redon sustituyó la oscuridad de su paleta por colores resplandecientes y una finalidad ornamental. En estos años decoró el castillo del barón Robert de Domecy, el salón de música de la mansión parisina de la viuda del compositor Ernest Chausson y cartones de tapicería para Gobelins. No obstante, fue el proyecto de la biblioteca de Fontfroide su gran realización en materia decorativa.

El encargo consistía en decorar la gran estancia cuadrada de cerca de diez metros de lado. Así, diseñó dos paneles que están de frente en los muros laterales y un tercero de menor tamaño sobre la puerta. Tuvo total libertad para elegir el tema y decidió crear las obras que mejor reflejan su compleja trayectoria artística tanto por su oposición temática como formal: El Día (1910) y La Noche (1911).

Barón de Domecy. Hacia 1910. Odilon Redon

Barón de Domecy. Hacia 1910. Odilon Redon

Por una parte, el amarillo brillante y la exuberancia floral que domina el panel de El Día, protagonizado por una cuadriga dirigida por seres alados, homenaje a Delacroix, son características del Redon del segundo período, el que se apasiona por el color. En cuanto a La Noche, deja que el negro despierte toda la fantasía posible. Aquí recuperó formas frecuentes de los años 1870- 1880, aunque menos inquietantes que sus criaturas de antaño.

El tercer panel, el más pequeño y el situado en la parte superior de la puerta de salida, lo llamó El Silencio. En él representa a un misterioso personaje de rostro sombrío que coloca su dedo índice sobre sus labios, en medio de halos dorados. Como su título indica, invita al espectador a la serenidad propia de una biblioteca. Este carácter misterioso y onírico, inherente a toda la producción de Redon, está en consonancia con el contenido de la biblioteca, rebosante de obras que tratan de ocultismo y esoterismo.

Buda. 1904. Odilon Redon

Buda. 1904. Odilon Redon

Poco a poco Redon volcó su arte hacia el culto de la naturaleza, la belleza y el color. Forjó así una pintura que reconocía la intriga que le ofrecía la propia naturaleza y seguía atendiendo al juego oculto de las sombras y al ritmo de la línea abstracta diseñada mentalmente. Además de Rembrandt y Goya, también se fijó en Durero, Da Vinci y se sumergió en las profundidades oceánicas y el arte oriental para buscar nuevas vías de inspiración. Oscuro o colorista, lo que nunca dejó de ser fue un constructor de armonías penetrantes y raras en la sutileza.