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Este cuadro muestra un paisaje impresionista, pintado con una técnica de textura gruesa que resalta la fuerza del color y la energía del momento representado.
La escena transmite un atardecer ardiente, con tonos intensos de rojo, naranja y amarillo que dominan el horizonte, mientras el cielo se va tornando oscuro con destellos de estrellas que anuncian la llegada de la noche. La silueta oscura de los árboles en el horizonte marca la transición entre la tierra y el cielo, dando profundidad a la obra.
El contraste entre la calidez del fuego del atardecer y la frescura nocturna del cielo estrellado crea una sensación de dramatismo y de calma a la vez.
Mi trabajo se mueve entre la abstracción y la expresión, buscando transmitir sensaciones más que representar realidades. Cada trazo, cada textura y cada contraste de color nace de la necesidad de explorar lo invisible: aquello que sentimos, pero no siempre podemos nombrar.
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