Inspirada en las coplas I y III de Jorge Manrique, esta obra plantea una meditación visual sobre la fugacidad de la vida y la necesidad de despertar la conciencia ante la certeza de la muerte. El cuerpo masculino, anatómicamente preciso y vigoroso, aparece sin cabeza: símbolo de la razón ausente, del pensamiento dormido que el poeta invita a “avivar”. En lugar de la cabeza, surge un poliedro luminoso suspendido en un espacio matemático, como una geometría del pensamiento o una arquitectura del alma.
El fondo azul profundo envuelve la figura con un aire de trascendencia y melancolía, mientras las líneas técnicas y anotaciones escritas sobre la superficie evocan planos de ingeniería o diagramas de conocimiento, entrelazando arte, ciencia y metafísica.
En la base, una calavera y una rosa completan la composición: memento mori y símbolo de belleza efímera. Ambas recuerdan que la vida, aunque limitada, adquiere sentido cuando se contempla desde la lucidez.
“Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir” — parece susurrar el lienzo, convirtiendo el cuerpo fragmentado en alegoría del alma que busca despertar.
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