En esta pintura, una figura humana vestida con un impecable traje oscuro adopta la postura firme y segura de un líder, mientras su cabeza —geométrica, facetada, casi escultórica— representa la de un lobo. La fusión entre el cuerpo humano y el rostro animal genera una poderosa metáfora sobre la dualidad entre la racionalidad y el instinto, entre lo socialmente aceptado y lo primitivo que aún habita en nosotros.
El fondo anaranjado y luminoso, con matices cálidos y texturas gestuales, contrasta con la frialdad de los tonos azules y violetas del rostro del lobo, subrayando la tensión entre emoción y control. La fragmentación del soporte añade una dimensión estructural que sugiere la complejidad del individuo contemporáneo, dividido entre múltiples roles y máscaras.
La obra está realizada en dos tablas atornilladas, 100x120cm y 100x100cm.
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