Inspirado por la primera copla de Jorge Manrique, el cuadro invita a una meditación visual sobre el tiempo, la muerte y la conciencia. La figura central, una cabeza esquemática de geometría sencilla y mirada detenida, emerge entre contrastes de luces dramáticas y colores oscuros con acentos flúor. La copla original está escrita a mano en el margen izquierdo del lienzo, anclando el sentido literario de la obra. Un rectángulo inscrito en proporción áurea estructura la composición, sutil pero firme, como una metáfora de orden dentro del devenir caótico del alma que despierta.
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