Emilie Flöge era una niña de doce años cuando conoció a Gustav Klimt. El pintor, al que se le contaban amantes a docenas, nunca admitió que la musa de su cuadro más famoso no fue una heroína imaginaria sino Emilie, una mujer de carne y hueso que logró trascender a todas sus historias transitorias. Ella fue la inspiración necesaria para pintar el beso más conocido del mundo, ‘El beso’.
La historia de Emilie
Emilie Floge, una niña de 12 años, conoce al carismático y controvertido Klimt, contratado por los padres de la joven para darle lecciones de dibujo. Klimt introduce a Emilie en el mundo de la bohemia, con sus artistas disolutos, modelos de reputación equívoca y decadentes mecenas, cuyos andares fascinan y atemorizan a la joven burguesa.
Entre el pintor y su discípula se inicia una relación marcada por el secreto y la sensualidad: la muchacha será la amante de uno de los artistas más fascinantes del siglo XX. Con su ayuda, abrirá una exclusiva tienda de modas y se convertirá en una figura de la sociedad vienesa.
Pese a que se veían casi a diario y pasaban los veranos juntos, Klimt y Emilie proclamaron a los cuatro vientos que su amistad era sólo platónica. A él le crecían las amantes en forma de raíces trepadoras, pero ella no dio un solo escándalo: en cualquier caso, Klimt no parecía estar preparado para la monogamia.
La musa de 'El beso'
El pintor se llevó a la tumba el secreto de su relación con Emilie, a la que en realidad pudo seducir por primera vez cuando ella tenía 17 años y posó para un retrato encargado por el señor Floge. Unos años después, Klimt la volvió a pintar en transparencias azules y delirios solares, con un cuello en abanico pavo real. Fué también ella su inspiración para pintar 'El beso'.
Fue exhibido por primera vez en la Exposición de Arte de 1908 junto a ‘Las Tres Edades de la Mujer’. En esa muestra se titulaba ‘Los Amantes’ y fue adquirida al finalizar la exposición por el ministro de Educación, doctor Marchet, para la Galería Austrica. La obra recibió una entusiasta crítica desde el primer momento.
Los simbolismos
‘El beso’ es un cuadro lleno de simbolismos. Las figuras de los amantes están representadas ante un fondo dorado que enlaza con los iconos bizantinos y rusos. La pareja se abraza ante un reducido prado repleto de florecillas, siendo difícil interpretar si están arrodillados o de pie. Ese prado finaliza de forma brusca, como si el pintor quisiera situar a los amantes al borde del precipicio. La pareja se enmarca también con una aureola dorada, vistiendo ambas figuras de ese color, adornadas sus vestimentas con rectángulos negros y grises el hombre y círculos de colores el de la mujer.
Quizá el elemento más extraño sea el precipicio, símbolo de peligro al que podía dirigirse la relación, por lo que la mujer se aferra con sus pies a la pradera.