El Museo Thyssen de Madrid acoge la primera antológica dedicada al Hiperrealismo, que sigue la evolución del movimiento pictórico contemporáneo más ambicioso en la búsqueda de realismo
Restaurantes de comida rápida, máquinas expendedoras, escaparates y lugares habitualmente abarrotados ahora desiertos, como si se hubiera congelado el tiempo en un instante irrepetible de soledad. Esta exposición del Museo Thyssen de Madrid está llena de estos instantes, apresados en un cuadro, aunque tan reales que parece que podrían desaparecer con solo parpadear. Hablamos de las cincuenta obras hiperrealistas que repasan la trayectoria de este movimiento, surgido en los años sesenta en la Costa Oeste americana, en respuesta a su fiebre consumista.
El hiperrealismo tiene como aspiración máxima que la imagen del lienzo sea lo más exacta posible a la que percibe el ojo. Y para ello utiliza la fotografía, que se traslada a la tela por medio de recursos técnicos, como en un primer estadio la proyección de diapositivas. Muchos pintores han utilizado la fotografía desde su invención como punto de partida en sus obras, aunque sin reconocerlo. Pero para los hiperrealistas no es un secreto, pues no aspiran a la mera reproducción de la realidad, por fiel que sea, sino a objetualizar algo a priori intranscendente para hacer que no lo sea.
Una simple botella de kétchup puede ser importante. Cuenta hasta su más ínfimo detalle, observado como si fuera un objeto de adoración. Un bien de consumo corriente que, por el hecho de ser sujeto artístico, se convierte en una especie de ídolo moderno. Los hiperrealistas comparten esta reflexión crítica y también algunas características técnicas con el arte pop, pionero en legitimar el uso de la fotografía como paso previo a la pintura.
Esta antológica del Thyssen, la primera dedicada al hiperrealismo, identifica hasta tres generaciones de artistas en su recorrido. Los padres del movimiento (que se consagró como tal en la Documenta de Kassel de 1972) fueron los norteamericanos Robert Bechtle, Richard Estes, Audrey Flack y Chuck Close, este último especialmente reconocido como retratista, pues además de escenarios urbanos sin presencia de personas y bodegones de golosinas y otros productos, el retrato es tema recurrente de la pintura hiperrealista. Un movimiento en permanente evolución que gracias a las nuevas tecnologías digitales y la incorporación de creadores de otras partes del mundo, a partir de la segunda generación (de 1980 a 1990, con Anthony Brunelli, Robert Gnieweck o Bertrand Meniel) y sobre todo de la actual (Roberto Bernardi, Raphaella Spence o Peter Maier), es capaz llevar la pintura a otra dimensión, creando experiencias visuales totalmente nuevas.
Más información: Museo Thyssen-Bornemisza
Hasta el 9 de junio
Aurora Aradra