El museo reúne las obras en pequeño formato de su colección, desde Fra Angelico a Fortuny, en una muestra que permite disfrutarlas en el modo independiente para el que fueron creadas
Como el mejor perfume viene en frascos pequeños, las obras de arte de esta exposición son grandes tesoros en formato reducido. El Prado ofrece una visión alternativa de su colección, que permite apreciar de forma privilegiada las piezas de menor tamaño, con frecuencia olvidadas en favor de las de mayores dimensiones.
Por ello, el museo ha extraído una selección de 281 obras tan ricas y variadas como el total del conjunto, pero con el común denominador de su pequeño formato. Y las presenta mediante originales recursos expositivos, como ventanas o cámaras oscuras, para que el visitante pueda aproximarse a ellas de forma independiente.
Emergen así bocetos, miniaturas, cuadros de gabinete, esculturas y relieves en unas condiciones de proximidad que no se consiguen en las salas de la colección permanente, cuyo orden cronológico se mantiene como referente, abarcando igualmente todos sus géneros y temas.
Una estatuilla de Atenea Partenos (siglo II d.C.) marca el comienzo del recorrido, que entra en materia con piezas de los siglos XIV y XV, como La Anunciación de Fra Angelico o la recientemente adquirida tabla francesa La Oración en el huerto con el donante Luis I de Orleans.
La Piedad de Van Der Weyden, junto a obras de El Bosco, Patinir y el magnífico Autorretrato de Durero, que evidencia el cambio de consideración del artista en la sociedad, se encuentra más adelante en la muestra. Dividida en diecisiete ambientes, surgen después Rafael, Veronese, El Greco, Sánchez Coello y Velázquez, ilustrando la costumbre del siglo XVI de copiar en pequeño formato grandes cuadros, para disfrutar de ellos en privado.
Con las series de dibujos preparatorios de Rubens y Jan Brueghel el Viejo se avanza hacia los bodegones y las vanitas del siglo XVII, el Agnus Dei de Zurbarán y a los paisajes clásicos de Claudio de Lorena y la Torre de Babel de Pieter Brueghel el Joven, restaurada para la ocasión.
Precisamente son un aliciente las setenta obras restauradas para la exposición, de las que cincuenta no se habían expuesto desde hacía años. Al igual que muchas otras piezas, que se han sacado de los almacenes, en lo que es una buena oportunidad para descubrirlas.
Resultan muy poco conocidos, por ejemplo, los bocetos de Murillo sobre su vida cotidiana o el Tratado de las pasiones del alma de Descartes, una serie de seis cuadritos de monos que retratan de forma satírica las costumbres de la época.
Luis Paret y Goya, en el siglo XVIII, y Pradilla, Rosales, De Haes y Fortuny en el XIX, ponen el punto y final a este viaje por el Prado más íntimo, que tiene en su proceso de miniaturización de obras de la colección el parangón a la reproducción mecánica que, gracias a la fotografía, se produce en la actualidad para que todos de forma privada podamos disfrutar de las obras maestras de la Historia del Arte.
Más información: Museo del Prado
De 21 de mayo a 10 de noviembre
Aurora Aradra