Pierre August Renoir marcó, según los especialistas, un hito en la pintura europea, revelando una nueva forma de interpretar la naturaleza, la luz y la vida con
‘Le Moulin de la Galette’. Sin embargo, ese hecho no salvó la obra de ser víctima de la moda japonesa de “cómprame y olvídame”. El lienzo lo compró un magnate japonés por 78,1 millones de dólares en 1990, para luego venderla siete años más tarde por sólo 50.
Ryoei Saito, así se llamaba el rico empresario presidente de la fábrica de papel Daishowa, la segunda más importante de Japón, y que vivió un breve momento de gloria a principios de los ’90. Su patrimonio personal fue entonces estimado en 770 millones de dólares. En 1990, un representante suyo gastó más de 160 millones de dólares en una subasta en Nueva York:
82,5 por el cuadro de
Van Gogh y
78,1 por el de
Renoir.
Nunca antes obras de arte habían sido pagadas tan caras y, como consecuencia, el mercado del arte sufrió un desequilibrio del que le costó reponerse. Tiempo después, Saito declaró a la prensa japonesa que
había dado a las dos pinturas apenas una mirada distraída y que luego las había encerrado en un depósito.
El presidente de la papelera fue muy criticado entonces por haber expresado su deseo de que ambos cuadros fueran puestos en su ataúd en su muerte, e incinerados junto a su cadáver, lo que al parecer no ocurrió, pues Saito falleció en 1996.
Le
Moulin de la Galette, pintado en
1876, representa la sala de baile de ese mismo nombre que se encontraba en la cima de la colina de Montmatre. Era un gran cobertizo con un estrado para la orquesta y un sombreado jardín donde estudiantes, obreros y artistas se reunían para bailar los domingos y los días festivos.
Renoir, con sus colores alegres logra establecer en el lienzo un juego de luz y penumbra, así como un gran equilibrio de formas y una espléndida conjugación de colores.
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