Ya desde hace meses una noticia referente al mundo del arte acapara de forma intermitente los medios de comunicación: la crisis financiera de la fotógrafa Annie Leibovitz. La artista, célebre por sus portadas para Vogue o Vanity Fair, ocupa la atención de la prensa en los últimos tiempos no tanto por sus exposiciones como por la quiebra hacia la que se encamina. Y su situación, sin ahondar en la misma, reabre un antiguo tópico relacionado con las condiciones de génesis creativa: el mito del artista pobre. Una concepción de origen romántico -como tantas de las actuales- que a lo largo de los siglos ha conferido a los creadores que la padecieron un halo de bohemia y genialidad, en muchos casos indisociable de su cotización. Así las cosas, sólo queda una cuestión y es plantearse si no será precisamente en este punto la ruina de un artista la puerta hacia su fama total.

Van Gogh, Toulouse-Lautrec, el propio Gauguin, Vermeer o Rembrandt son artistas que reaparecen en la memoria de todos cuando se recurre al mito del artista que acabó sus días en la miseria, en unos casos con más veracidad que en otros. Ahora, Annie Leibovitz está a punto de pasar a engrosar sus filas; con fama de perfeccionista, mala gestora y excéntrica, la que fuera denominada "la fotógrafa más famosa del mundo" ve como su patrimonio personal se derrumba y la propiedad de los derechos de autor de sus obras peligra. Pero, en esta ocasión, y a diferencia de los anteriores, no por fuerza de una obra incomprendida o sin mercado.

Durante el romanticismo la realidad será motivo de evasión, el hombre un ser eminentemente doliente (más en unos casos que en otros por convención) y, por extensión, el artista una personalidad especial cuya obra  sólo podrá surgir de unas condiciones específicas. La privacidad y el sufrimiento se convertirán en los caldos de cultivo de la verdadera naturaleza creadora y la bohemia y el desarraigo emocional serán las virtudes de aquellos considerados por sus coetáneos. Así, en una época en la que el sentimiento prima, la concepción sólo podrá surgir de quienes lleven su experimentación hasta el límite, y esto es algo que no se considerará propio ni posible al amparo de una vida acomodada.

Pero si Van Gogh fue un loco, los impresionistas unos incomprendidos y la escuela holandesa una factoría dependiente del patrocinio, Leibovitz se ha constituido por contra en un caso de artista de éxito caída desde las alturas por mano propia. Durante siglos los artistas dependieron de algo tan sencillo como un mecenas, buscándose la vida como autónomos del arte, a merced de la buena disposición, el gusto, el dinero y el recuerdo de sus encargantes. En nuestra contemporaneidad las cosas difieren en gran medida por la posibilidad de difusión y multiplicación de los mass media, con lo que un mito como el del "artista pobre" se hace un tanto más extraño que en épocas anteriores. Sin embargo, el aura de marginalidad es algo que a día de hoy aún permanece presente en la imaginación de casi todos, arrastrando un tópico según el cual la genialidad no puede fructificar en un ambiente de relativa normalidad. Y es que, desde los orígenes, el arte ha sido una expresión, un "poder" sólo a disposición de aquellos cuya capacidad de percepción y habilidades técnicas supera el del común de los mortales, una habilidad relacionada con la comprensión surgida de la experimentación. De modo que, quizá y aún a pesar de su suerte, sea la pobreza el requisito final que convierta a Leibovitz en el hito indiscutible de la fotografía.



¿Y tú qué opinas? ¿Son las condiciones adversas el gérmen de la creación?
¿Es posible ser un artista real desde la felicidad? ¿O es necesario sufrir?


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