Una gran retrospectiva sobre el pintor francés, inventor del collage y padre del cubismo junto a Picasso, busca recuperar su figura, lejos de estigmas, como uno de los creadores más importantes del arte del siglo XX
Cuando en el 31 de agosto de 1963 falleció el pintor francés Georges Braque, su compatriota el escritor André Malraux, entonces ministro de Cultura, le homenajeó en su entierro sabiendo que despedía “a uno de los mayores pintores del siglo XX”.
Pasó el tiempo, cinco años nada más, pero fue suficiente para que Mayo del 68 y sus ideales de renovación arrasaran con el recuerdo del extraordinario artista que fue Braque, quien quedó de este modo condenado a persistir a la sombra del genio iridiscente de Picasso, su amigo y colaborador en una de las más apasionantes aventuras estéticas del pasado siglo: la creación del cubismo.
Ahora que se cumple el 50 aniversario de la muerte de Braque, el Grand Palais de París auspicia una gran retrospectiva con el objetivo es devolver al pintor francés al lugar que merece en la estima del público: no como mero comparsa de Picasso y tampoco como artista oficial del gaullismo (cercano al gobierno del general De Gaulle), por ser el primer autor vivo en exponer en el Louvre (1961).
Antes de 1907, cuando el poeta Apollinaire le presentó a Picasso en el mítico Bateau-Lavoir de Montmartre, Braque era ya un artista reconocido. Ese año participó en el Salon des Indepéndants con seis paisajes fauvistas. Habría que esperar al año siguiente para que, en la galería del marchante Kahnweiller, Braque expusiera los paisajes geométricos que dieron comienzo al cubismo.
Braque y Picasso compartían un ideal utópico de transformar el mundo a través del arte. Embarcados en la aventura cubista, trabajaban en las mismas obras, sin importar quién aportaba qué. Querían representar todas las facetas de la realidad en un mismo plano, evolucionando hacia el cubismo sintético, que introducía recortes de periódicos o partituras y tipografías. Una aportación en la que seguro tuvo mucho que ver Braque, considerado el inventor del collage.
Les separó la Primera Guerra Mundial (Braque fue combatiente) y, en adelante, de forma independiente, el francés acometería su metódica exploración de los géneros de la naturaleza muerta y el paisaje, destacando de los años veinte sus famosas canéforas. Durante la Ocupación de París desarrolló sombríos bodegones, que revitalizarían pasado el conflicto en sus Ateliers (1949-1956), un ciclo de nueve cuadros que reúne por primera vez esta exposición.
Hasta el Grand Palais ha llegado obra de todas las partes del mundo. De museos, fundaciones, colecciones públicas y –lo que es más interesante- privadas. No existe un museo George Braque, por lo que esta muestra puede alardear de la proeza de reunir 200 cuadros, además de documentos y fotografías, que dan una visión personal del artista.
La exposición finaliza con sus series de pájaros, figuras aladas que no representan la idea movimiento sino de suspensión en el espacio. De trascendencia y muerte, pero también resurrección.
Más información: Grand Palais de París
Hasta el 6 de enero
Aurora Aradra